PRÓLOGO

 

          ¿Otra biografía de Francisco?. La pregunta es pertinente. La literatura sobre el Papa inunda hoy las librerías del planeta. Pero este libro no es “uno más”. Es un aporte verdaderamente original y extraordinario a la comprensión de la personalidad mundial más relevante del siglo XXI.

          José Ortega y Gasset diría que esta obra versa sobre “Bergoglio y sus circunstancias”.  Porque lo que expone Armando Puente es mucho más que una secuencia cronológica de hechos y datos valiosos sobre la vida de un personaje fascinante. Lo que se describe en estas páginas es el ADN de Bergoglio. Como en esos films en los que aparecen superpuestos varios relatos interrelacionados, el autor correlaciona permanentemente cada paso de la biografía de Bergoglio, desde sus orígenes familiares y su educación hasta su elección como Papa, con las circunstancias históricas concretas que contribuyeron a moldear su personalidad y su pensamiento.

          Junto a la historia personal de Bergoglio, para entenderla e interpretarla cabalmente, el autor recorre entonces un largo período de la vida política argentina y de la historia de la Iglesia Católica. Semejante esfuerzo permite echar luz sobre las raíces de Bergoglio y precisar las circunstancias, a veces intangibles y azarosas, que forjaron su identidad y guían hoy su acción al frente de la Iglesia.

          Los hechos narrados son irrebatibles las fuentes fuera de toda sospecha y la rigurosidad documental de la investigación propia de un periodista, de prestigiosa trayectoria, que llegó a presidir el Club Internacional de Prensa y la Asociación de Corresponsales de Prensa Extranjera en Madrid, y a la vez de un historiador de fuste, que hizo aportes originales y definitivos sobre la vida de José de San Martín y es miembro del Instituto Nacional Sanmartiniana.

         Pero nadie es asépticamente neutral y Puente tampoco pretende serlo. Toma partido y nunca lo oculta. No casualmente, fecha el texto de la edición argentina de su libro, escrito en Madrid, el 17 de octubre, aniversario de la jornada fundacional del peronismo. La alegoría de un 17 de octubre en Madrid sintetiza una historia: Puente es el periodista argentino que mejor conoció a Perón, a quien trató ininterrumpidamente durante sus largos años de exilio en España. En estas páginas, hay numerosos rastros de ese vínculo excepcional.

          Ser argentino, católico y peronista garantiza una empatía personal y una proximidad cultural con el Papa que compartimos muchos argentinos. Pero a estas tres características Puente le incorpora una singularidad: la mirada penetrante de un argentino que vive en España desde hace más de medio siglo, sin haber perdido jamás contacto directo con su tierra natal y su accidentado devenir. Esa curiosa combinación entre la lejanía geográfica del punto de observación y la familiaridad con los hechos descriptos es otra valiosa particularidad de la obra.

          Un libro importante es aquél que da qué pensar. Puente lo consiguió sobradamente. No alcanza con leerlo. Hay que pensarlo, para extraer conclusiones de lo que pone a la vista. Porque en estas páginas están planteadas las claves históricas y culturales del acontecimiento más importante de nuestra época: la llegada de un cardenal del “fin del mundo” al timón de la Iglesia universal.

         El libro resalta la argentinidad de Bergoglio. Esa “argentinidad esencial” no sólo que no fue un obstáculo sino probablemente un elemento que jugó a favor de su elegibilidad como Papa. En el momento en que la Iglesia Católica resuelve abandonar su eurocentrismo para reivindicar su condición de “católica”, en el sentido de “universal”, resulta comprensible que haya dirigido su vista hacia un país latinoamericano signado por una fuerte impronta europea y con una sociedad abierta a la inmigración y proclive al respeto a la diversidad cultural, como lo refleja el preámbulo al texto constitucional de 1853 cuando alude expresamente a “todos los hombres de mundo que quieran habitar el suelo argentino”.

         Pero además ser un argentino,  hijo de inmigrantes italianos, hecho que ahora lo beneficia en su activa tarea pastoral como obispo de Roma. Bergoglio es un porteño típico, oriundo del tradicional barrio de Flores. Pertenece a una sociedad cosmopolita, donde la convivencia entre razas, culturas y cultos muy distintos es algo natural, una ciudad cuyo escritor paradigmático es Jorge Luis Borges (uno de los autores favoritos de Bergoglio), que combinaba su carácter de poeta de Buenos Aires, que pintó como nadie las calles de Palermo, su barrio natal, con su trabajo como profesor de literatura inglesa y escandinava y su condición de emblema de la literatura universal del siglo XX.

         Algunas de las iniciativas asumidas por Francisco en la arena internacional surgen de sus raíces culturales argentinas y porteñas. El audaz viaje a Medio Oriente, con visita a Israel y Palestina, está claramente inspirado en su experiencia como arzobispo de Buenos Aires, donde impulsó el diálogo interreligioso con judíos y musulmanes, en una ciudad muy particular, en que ambas comunidades conviven armónicamente, una al lado de la otra, hasta el punto de que tiempo atrás existía en una esquina de la avenida Corrientes un restaurante cuya marquesina rezaba: “comida árabe y judía”.

         Su visita a Corea del Sur, en su primer viaje al continente asiático, evoca su experiencia en el barrio de Floresta, contiguo a Flores, sede de la numerosa y pujante colectividad coreana en la ciudad de Buenos Aires. Tanto es así que durante su presencia en Seúl el Papa estuvo acompañado por monseñor, Ham Lim Moon, sacerdote de origen coreano y antiguo vecino de Floresta, a quien Francisco designó obispo de San Martín.

         El vínculo histórico entre Bergoglio y el peronismo, rigurosamente examinado en este libro, que despoja a esa relación de cualquier connotación partidista y mucho menos facciosa, es un secreto a voces. Al día siguiente de la elección de Francisco, en la portada de Clarín aparecía el título de una nota firmada por Ricardo Roa que decía “Milagro argentino: un peronista en el trono de San Pedro”. Esa misma noche, en algunas paredes de Buenos Aires aparecieron afiches con una foto de Bergoglio acompañada con la leyenda de “Francisco: argentino y peronista”.

          Pero ese vínculo no se circunscribe a un pasado lejano. No es “un pecado de juventud”. En un despacho de la agencia noticiosa italiana ANSA, con la firma del periodista Pablo Giuliano, se narra una extremadamente jugosa e inédita parte de la primera reunión entre Francisco y la mandataria brasileña, Dilma Rousseff, revelada por Gilberto Carvalho, secretario general de la Presidencia. Según ese testimonio, cuando Rousseff ingresó al despacho de Francisco lo saludó efusivamente con un abrazo diciendo “¡el primer Papa latinoamericano!”, a lo que el Papa respondió “soy el primer Papa latinoamericano, el primer Papa jesuita, el primer Papa argentino y también el primer Papa peronista”. Lo que se dice presentar la cédula de identidad….

         El encuentro entre Bergoglio y el peronismo obliga a reflexionar, a la inversa, sobre la relación entre el peronismo y la doctrina social de la Iglesia, tantas veces reiterada por el propio Perón, que explica el hecho de que a comienzos de la década del 70 el padre Bergoglio, como ocurrió con la gran mayoría de los argentinos, se haya sentido irresistiblemente atraído por el peronismo y por la figura de su líder, que después de diecisiete años de exilio retornaba a la Argentina “en prenda de paz”, para sellar la unidad nacional bajo el lema de que “para un argentino no puede haber nada mejor que otro argentino”.

         Ese espíritu abierto se expresaba en sus gustos literarios, que combinaban su admiración por Borges, un escritor que hacía culto de su antiperonismo, con su franca predilección por Leopoldo Marechal, quien durante el largo ostracismo al que fue sometido tras el derrocamiento de Perón en 1955 se autodefinía como “poeta depuesto”.

         Pero ese “peronismo cultural” que impregnó la formación de Bergoglio y de una gran parte de su generación no fue ajeno a las vicisitudes de la Iglesia argentina de su época. Puente relata con precisión  el clima imperante en la Iglesia universal después del Concilio Vaticano II, el surgimiento de la Teología de la Liberación, la aparición del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y, en ese contexto, la irrupción en la Argentina de la “Teología Popular”, o “Teología del Pueblo”, que tuvo como fundador al padre LucioGera, una corriente que desde entonces hasta hoy ejerció una influencia determinante en el pensamiento y en la acción de Bergoglio.

          En política, a diferencia de lo que sucede en la geometría euclidiana, las líneas paralelas a veces se juntan. Las trayectorias paralelas entre el peronismo y Bergoglio convergieron en las dramáticas turbulencias de la década del 70. El padre Bergoglio fue el Provincial de la Compañía de Jesús al que le tocó lidiar, dentro de la Orden, con la acción de una vigorosa corriente, identificada con una interpretación parcializada y tendenciosa de la Teología de la Liberación, una línea que ensalzaba el marxismo como método de análisis de la realidad y  a la vez  justificaba éticamente el uso de la lucha armada como estrategia para la conquista del poder.

         Ese conflicto doctrinario que se desarrollaba en el seno de la Compañía de Jesús, y en gran parte de la Iglesia, era simultáneo y concomitante con la confrontación que, en ese mismo momento, libraba Perón con la dirección de “Montoneros”, que desafiaba su conducción y, con argumentos análogos a los utilizados dentro de la Iglesia por los partidarios de esta deformada versión de la Teología de la Liberación, pretendía rediscutir la identidad doctrinaria de peronismo, bajo la consigna de la “Patria Socialista”.

          En esa atmósfera de confrontación desarrollada apenas retornado el peronismo al gobierno, se registró la fractura del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, a raíz del conflicto entre dos posturas contrapuestas. Por un lado, estaban quienes adhirieron a la “Revolución en Paz” que preconizaba Perón. Por el otro, quienes reivindicaban la lucha armada y la “Patria Socialista”, que defendía la dirección de Montoneros.

         Carlos Mujica, pionero de los “curas villeros”, quien era el máximo exponente de la primera de estas posiciones en disputa, condenó la alternativa de la violencia con un argumento inapelable: “el pueblo se ha podido expresar libremente, se ha dado sus legítimas autoridades. La elección de aquella vía procede entonces de grupos ultraminoritarios, políticamente desesperados, en abierta contradicción con el actual sentir y la expresa voluntad del pueblo”.

          En Bergoglio, un sacerdote que es mucho más pastor que teólogo y un amante de la literatura y encendido admirador de Dostowiesky, cobró entonces más vigencia que nunca una observación del genial escritor ruso en su clásica obra “Los hermanosKaramasov”: “Quien no cree en Dios tampoco cree en el pueblo de Dios. En cambio, quien no duda del pueblo de Dios verá también la santidad del alma del pueblo, aún cuando hasta ese momento no haya creído en ella. Sólo el pueblo y su fuerza espiritual es capaz de convertir a los desarraigados de su propia tierra”.

          Bergoglio, primer Papa jesuita, reivindica la tradición de una orden religiosa             que llevó adelante una extraordinaria obra de “inculturación de la fe”, anclada siempre en la religiosidad popular y protagonizada por “pastores con olor a oveja”, de la que dan elocuente testimonio en América Latina la rica experiencia de las misiones guaraníes y en Asia la epopeya en China de Matteo Ricci y sus discípulos, quienes hace cinco siglos abrieron a la Iglesia  las puertas del país más poblado de la tierra, un camino trunco que Francisco pretende retomar.

         Estas referencias históricas tendrían un carácter meramente anecdótico si no fuera por el hecho cierto de que la “leyenda negra” que se buscó de tejer sobre Bergoglio, pletórica de acusaciones calumniosas e infamantes, que ahora son refutadas inequívocamente por testigos y protagonistas insospechables, muchos de ellos citados por Puente en este libro, fue una de las esquirlas de aquel lejano enfrentamiento de la década del 70 que algunos buscaron reproducir bastardamente en los conflictos políticos de la Argentina de nuestros días.

          Lo valioso no reside en aquellos enfrentamientos del pasado, que es imprescindible dejar atrás a través del ejercicio de la “cultura del encuentro” que predica Francisco, sino en el ascenso de esta visión renovada de una Teología Popular que nació en la Argentina y resulta ahora proyectada a Roma y desde Roma por un “argentino universal” a quien el destino colocó al frente de la Iglesia en un momento decisivo de la historia. A bucear en las raíces de este fenómeno está consagrado este libro.

 

                                                               PASCUAL ALBANESE